Ponte siempre zapatos, no hagas ruido en la mesa, usa medias veladas…
Esa era la lección que nos daba Shakira a las niñas de la época, llamando más bien a la rebeldía que a otra cosa. En ese entonces (cuando ella tenía el cabello negro y no sabíamos que se movía como una licuadora) tenía unos 6 años, pero el tema de las niñas buenas vino a inquietarme más bien después, cuando me di cuenta que mis conceptos son un poquito diferentes a los de la inmensa mayoría.
Creo con firmeza que el concepto de la ‘niña buena’ está sobrevalorado. Esas mujeres que nos pintaron alguna vez que no se meten con nadie, siempre dicen y hacen lo correcto, tienen un novio de toda la vida y no son capaces de matar ni una cucaracha simplemente no pueden existir.
Admitámoslo: todas somos malas de vez en cuando. El problema está en que nos hemos dejado llenar la cabeza de los moralistas que abundan por ahí (y que terminan siendo los más sucios de todos) y vivimos prevenidos con lo que hacemos, decimos, comemos, cantamos, los tipos que nos tiramos y la ropa que nos ponemos.
Por trillado que pueda sonar ¿Qué importa lo que digan los demás? Hace tiempo decidí que a mi me tiene sin cuidado y por eso hago lo que quiero, digo lo que me parece sin anestesia, como lo que se me da la gana, canto lo que siento, me tiro al que me gusta y me visto según me sienta en el día. No es tan difícil, para lograrlo hay que volver nuevamente a un ejemplo de Shaki y hacerse la ‘Loca’. Mi vida es mía y si a alguien no le parece, que busque otra a quien molestar.
El rótulo de niña buena hace rato lo boté. Es más, creo que nunca lo tuve. Pero no porque sea una perra desgraciada a la que no le importan los demás, sino porque entendí que este concepto está errado. Para mí las niñas no deberían preocuparse tanto por ser buenas, sino porque sus palabras y actos sean consecuentes con sus pensamientos, que sean fieles a sí mismas.
No nos preocupemos por ser niñas buenas, busquemos más bien la forma de disfrutar de un cómodo punto medio. Seamos correctas con nuestros ideales, pero démonos la libertad de pensar sin remordimientos, de eliminar nuestros prejuicios y de vivir la vida, que al fin y al cabo es lo más importante.
Seamos inteligentes e instalémonos en el medio. No se les olvide que, a pesar de todo lo que digan de ellas, Mae West estaba totalmente en lo cierto cuando dijo que “las chicas buenas van al cielo, las malas a cualquier parte”. Tomen ustedes un poco de la parte mala y disfruten el viaje.