Anoche, hablando con una de esas amigas con las que uno habla de todo a la hora que sea, comentábamos una etapa muy bonita de mi vida que voy a tener que ir dejando atrás por culpa de mis obligaciones laborales, que no me permiten estar tan presente como quisiera o debiera.
Quienes me conocen en persona, o se han dedicado a leerme en Twitter al menos durante una semana, saben que soy fan de Luis Fonsi desde hace mucho. Sí, grandecita, 22 años y todo, pero lo admito: es el único hombre al que no me da pena dedicarle mis estados de Facebook, escribirle cosas en Twitter así no las lea. Al que le gasto plata cada vez que viene sin importar que al día siguiente amanezca sin un peso y al que apoyaré en cada paso de su carrera hasta el final de mis días. Fin de la historia.
El caso es, que con la llegada de un nuevo disco de Fonsi (por cierto, cómprenlo porque está buenísimo), han llegado nuevamente las responsabilidades que tengo hace años como coordinadora de su club de fans en mi ciudad: actualizar redes sociales, enviar correos, contestar y hacer llamadas, reunirme con otras niñas. Cosas para las que ya no tengo tiempo y que a la vez hacen que brote de mi lado más maduro una vocecita que me dice que ya estoy grande para eso.
He ahí un mal punto de ser grande. Porque ahora, con mi trabajo de periodista de un diario serio y respetado –si tiene algún comentario sobre el trabajo de El Heraldo puede buscar otro lado donde escribirlo porque este blog no es de ellos sino mío, gracias– debo dejar de lado esas cosas que, admito, ya me da hasta pena decir en voz alta. Comencé a sentir vergüenza el día que dije hace tres años ser “coordinadora de su club de fans” frente a mi jefa de ese entonces, en otro periódico, con una voz de orgullo que fue compensada por la falta de palabras de ella y la mirada lastimera que me regaló. .
Decidí entonces no gritarle eso al mundo nunca más, pero continuar a la cabeza de todo lo que tuviera que ver con Fonsi en mi ciudad. Pero por estos días también tengo que pensar en comenzar a entregar las llaves. Próximamente él estará en la ciudad y yo tendrá que delegar muchas cosas, así siga de cerca el proceso. No podré perder un viernes del hotel a la emisora, de la emisora a la firma de discos. Ahora la cosa será más profesional, porque será Jeniffer la periodista la que estará en los eventos, la fan tendrá que contenerse bastante esta vez.
¡Que pereza ser grande!, me dijo ayer mi amiga cuando le conté todo esto que estoy escribiendo ahora. Porque cuando eres grande, vienen las facturas, las obligaciones, los cócteles aburridos y el sueño que te reclama cuando no duermes las horas que deberías.
¿Para esto queríamos crecer? Pensar que todos anhelamos la etapa de independencia desde niños, solo para darnos cuenta unos años después que esa libertad es relativa: solo cambiamos de amos dejando a un lado a nuestros padres y convirtiéndonos en esclavos del trabajo, el estudio y las obligaciones.
No entiendan esto como una queja de alguien que no acepta su realidad. Puedo decir con seguridad que estoy feliz con las cosas que he logrado en esta etapa, pero no podía entrar a una era sin llorar un poco la anterior, y mi forma de llorar es escribirlo para terminar de sentirlo. Ahora, después de los clubes de fans, las reuniones y los grupos viene otra época: la de cosechar los frutos de lo que logré entonces. Pasaré a ser una especie de asesora que sabe de todo un poco y que es consultada cuando se requiere, sin que eso signifique que voy dejar de querer a Luis Fonsi y todo lo que signifique su nombre. Entiendan algo: esto no es una fiebre, es un sentimiento que me acompañará por siempre, así tenga 85 años.
Que pereza ser grande y prometo que es la última vez que lo diré así. Como dice mi mamá: “unas por otras”. Seguiré caminando hacia delante porque mirar atrás casi nunca tiene gracia y mientras lo hago, me quedan muchos recuerdos bonitos de las locuras hechas, aunque ahora vengan otras con una ropa un poquito más seria. Algo así como pasar de las sandalias bajitas a los tacones, del jean al pantalón clásico.